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ÍNDICE SWPER PARA LA MEDICIÓN
DEL EMPODERAMIENTO FEMENINO
EN COLOMBIA: UNA APLICACIÓN
AL ANÁLISIS DE LA VIOLENCIA
DOMÉSTICA CONTRA LAS
MUJERES
*
Suelen Emilia Castiblanco Moreno**
Marisol Raigosa Mejía***
Introducción
La violencia doméstica ha empezado a considerarse como un problema social re-
levante, de salud pública y de derechos humanos, que atraviesa barreras de orden
geográco, social y cultural (OMS, 2013; Vyas & Watts, 2009). Por las múltiples
dimensiones que se entrecruzan en el fenómeno, este se constituye en un desafío que
requiere marcos comprensivos en los que se incluyan los procesos de interacción que
lo permean, para formular posteriormente estrategias de prevención e intervención.
Sobre este último aspecto, Carneiro et al. (2019) reeren a las diferentes característi-
cas que se le han atribuido a hombres y mujeres, como resultado de una construcción
histórico-social en la cual se determina la desigualdad de género, legitimando la
* Identicación del proyecto.
a. Tesis doctoral en Estudios Interdisciplinarios en Desarrollo - CIDER | Universidad de los Andes. Suelen Emilia Castiblanco-Moreno:
Mujeres, poder y trabajo: un análisis del proceso de empoderamiento de cacultoras asociadas a organizaciones de base.
b. Tesis doctoral en Estudios Políticos y Relaciones Internacionales - IEPRI | Universidad Nacional de Colombia. Marisol Raigosa
Mejía: Migración internacional de retorno y prácticas subalternas de ciudadanía cosmopolita. Análisis de los colectivos Foro Inter-
nacional de Víctimas - FIV Colombia, Asociación Deredez y Grupo Mujer: Diáspora y retorno (2012 - 2019)
Autor de correspondencia. Dirija la correspondencia sobre este capítulo a Suelen Emilia Castiblanco-Moreno, secastiblanco@unisalle.
edu.co
** Universidad de La Salle. https://orcid.org/0000-0003-4161-2460
*** Universidad de La Salle. https://orcid.org/0000-0001-9485-2690
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inferioridad femenina y la superioridad social y sexual masculina. Agregan que tales
asimetrías posibilitan los relacionamientos íntimos abusivos, dejando a las mujeres
vulnerables a la violencia en la conyugalidad, así como a permanecer vinculadas por
largos periodos en este tipo de relaciones.
Gáfaro e Ibáñez (2012) retoman a Bhattacharya et al. (2009), y establecen que existen
diversos estudios que proporcionan evidencia empírica sobre los costos económicos
y sociales que causa la violencia doméstica, puesto que dicha violencia afecta nega-
tivamente la salud física y emocional de las mujeres victimizadas y la de sus hijos,
y aumenta el ausentismo escolar de los niños y niñas, lo que se traduce a su vez en
pérdidas de capital humano (Dávalos & Santos, 2006).
A su vez, las causas de la violencia doméstica son varias y parten de reconocer dos
perspectivas, la económica y la sociológica. Según la literatura económica, la vio-
lencia intrafamiliar es un reejo del poder de negociación en los hogares (Mabsout
& Van Stavaren, 2010). Agregan Gáfaro e Ibáñez (2012), retomando a Fafchamps y
Quisumbing (2002), que los estudios económicos dejan ver que “factores como el
ingreso potencial de la mujer, sus activos y su participación en el mercado laboral,
incrementan su bienestar en la opción de salida y su poder de negociación, disminu-
yendo así la violencia en su contra” (p. 3).
Por su parte, la perspectiva sociológica explica la violencia doméstica como producto
de la interacción entre hombres y mujeres, cuyo comportamiento se soporta en
patrones culturales que no son objeto de negociación en los hogares y, por ende, son
inalterables en el corto plazo. Según Pateman (1996), esas pautas culturales y normas
de comportamiento se justican, como ya se mencionó, en el dominio del hombre
sobre la mujer y su ejercicio en la esfera pública, en cambio el rol de la mujer está
fundamentado en la sumisión, y su desempeño se limita a la esfera privada, es decir,
al hogar, ámbito que oculta la sujeción de las mujeres a los hombres dentro de un
orden social y político que se erige como universal, igualitario e individualista, bajo
los supuestos de las ideas liberales, pero que en realidad termina siendo excluyente,
patriarcal y generador de la despolitización de la esfera privada.
Es por ello por lo que, la independencia económica de la mujer, dada por su parti-
cipación en el mercado laboral, constituye una provocación a las normas culturales
que se puede convertir en un aumento de la violencia doméstica. Gáfaro e Ibáñez
(2012) arman que, durante las últimas tres décadas, la creciente participación de las
mujeres en el mercado laboral ha favorecido un cambio en las dinámicas de género;
sin embargo “la evidencia empírica de la relación entre el trabajo de la mujer y la
violencia doméstica no es consistente y presenta gran variabilidad entre países” (p. 4).
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Con relación a ello, Kishor y Johnson (2004) y Mabsout y Van Stavaren (2010)
maniestan que una mayor autonomía económica de la mujer no necesariamente
implica una reducción en la violencia y, por el contrario, puede acrecentarla. Otros
autores como Agarwal y Panda (2005) y Villareal (2007) expresan que el trabajo de
la mujer y la adquisición de activos disminuyen la probabilidad de maltrato. Según
Gáfaro e Ibáñez (2012), los estudios de los determinantes de la violencia doméstica
en Colombia y en América Latina no son la excepción. Prueba de ello es que muchos
estudios no hallan un efecto de la inserción laboral en la violencia doméstica; algunos
encuentran por lo menos una relación positiva, pero siguen siendo pocos los estudios
empíricos sobre los determinantes de la persistencia en el maltrato; por lo menos, di-
cen ellas, son variables que aún no han sido exploradas con amplitud en la literatura
económica.
Entre tanto, Carneiro et al. (2019) a través de un estudio cualitativo, con aporte
teórico-metodológico desde la teoría fundamentada, señalan que se requiere de un
soporte institucional y social, especialmente de la familia, que favorezca el empode-
ramiento femenino, y que contribuya a la decisión de ruptura de la mujer que está
inmersa en ciclos de violencia doméstica. Estos soportes o redes de apoyo resultan
fundamentales en la creación de mecanismos para denunciar al agresor y, principal-
mente, para contribuir con el acompañamiento y restablecimiento emocional de la
mujer agredida (autoestima, resignicación de vivencias, búsqueda de alternativas
económicas, entre otras).
Cabe mencionar también el trabajo realizado por Casique (2014), mediante el cual
la autora buscaba estimar algunos indicadores del empoderamiento de las mujeres, a
través de algunos aspectos básicos de sus vidas, y con ellos obtener una perspectiva
general de la situación de las mujeres en México para ese momento; posteriormente,
buscaba analizar las relaciones que se establecen entre estas dimensiones de empode-
ramiento de las mujeres; y por último, examinar los vínculos entre los indicadores de
empoderamiento y su vulnerabilidad a la violencia de pareja. Dentro de su estudio,
retoma cinco componentes básicos que hacen referencia al empoderamiento feme-
nino: el sentido de valía; el derecho a tener y determinar sus opciones; el derecho
a disfrutar de oportunidades y recursos; el derecho a tener el poder de controlar
su propia vida, tanto dentro como fuera del hogar; y nalmente, la capacidad para
inuir en los cambios sociales a n de crear una sociedad más justa, a nivel nacional
e internacional (ONU, 1995, como se citó en Casique, 2014, p. 102).
Casique (2014), retomando los trabajos de Oxaal y Baden (1997); Kabeer (1999); y
Malhotra y Schuler (2005), maniesta que entre los indicadores que se han utilizado
para describir el proceso de empoderamiento femenino, es posible identicar dos
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tipos: los indicadores que intentan explicar de manera global y en el ámbito social
dicho empoderamiento y que se recogen en el índice de empoderamiento de género
o en el índice de brecha de género; y los indicadores que miden diversos aspectos
del proceso en el ámbito individual, como el poder de decisión, la libertad de movi-
miento en los espacios públicos, la ausencia de violencia, la autonomía económica, la
igualdad en el matrimonio, la participación en el trabajo remunerado, la conciencia
política y legal, y el control de los recursos.
Partiendo de lo ya existente, la autora estima los índices de empoderamiento de las
mujeres, tomando como base los datos de las mujeres que participaron en la Encuesta
Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2011, de
México. Concluye que con frecuencia se argumenta que el empoderamiento de las
mujeres es un proceso multidimensional -como se ilustra mediante los indicadores
anteriormente mencionados-; acentuando con ello la idea de que diversos aspectos
forman parte de este proceso; pero, además, que aun cuando esos aspectos guardan
relación entre sí, también tienen un comportamiento relativamente independiente.
Lo que signica entonces que una mujer puede presentar altos niveles de empodera-
miento en alguna dimensión, y al mismo tiempo bajos niveles en otras dimensiones.
Ejemplo de ello es que Casique (2014) encuentra que hay una asociación fuerte y
positiva entre los índices de poder de decisión y el de autonomía y a su vez, existen
asociaciones débiles entre los recursos económicos de la mujer y su participación
en el trabajo del hogar o entre sus actitudes en torno a los roles de género y a su
participación en el trabajo del hogar (p. 179).
La autora también arma que sus datos (valores promedio en los indicadores ana-
lizados) muestran evidencias signicativas de las diferencias que existen entre las
mujeres, según sus características socioeconómicas, puesto que en términos gene-
rales se observa un mayor empoderamiento entre aquellas mujeres que residen en
áreas urbanas, se encuentran en el rango etario de 45 a 54 años, presentan niveles
educativos más altos, llevan a cabo algún trabajo extradoméstico, están casadas (res-
pecto a las que legalmente no lo están) y que tenían mayor edad al casarse.
Casique (2014) maniesta que otro de sus resultados importantes radica en “el efec-
to diferenciado que cada una de las dimensiones analizadas del empoderamiento
guarda con el riesgo de sufrir distintos tipos de violencia conyugal” (p. 180). Algunos
indicadores, como la autonomía de las mujeres, tienen una relación positiva con el
riesgo de violencia económica, es decir, a mayor autonomía, mayor riesgo de violen-
cia económica. Pese a esto, el indicador, al unísono, muestra una relación negativa
con el riesgo de violencia física y con el de violencia sexual, lo que se traduce en que,
a mayor autonomía, menor riesgo de estos dos tipos de violencia.
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Para el caso colombiano, los trabajos empíricos de carácter cuantitativo sobre la
relación entre violencia doméstica y empoderamiento, o alguna de sus proxys, es
relativamente incipiente. Las exploraciones de Gáfaro e Ibáñez (2012) realizadas
mediante un modelo probit bivariado, que hace posible estimar simultáneamente la
probabilidad de que la mujer sea víctima de violencia doméstica y sea asalariada,
registran, entre otras cosas, que el trabajo no tiene efectos sobre la propensión inicial
de un hogar a presentar hechos de violencia doméstica: “Esta responde a caracterís-
ticas del hogar como los niveles de educación de sus miembros, el tipo de unión, la
estructura del hogar y los patrones de violencia observados en el hogar materno” (p.
4). Los resultados muestran una transmisión intergeneracional del comportamiento
violento y de la tolerancia hacia el maltrato entre generaciones. Empero, la participa-
ción laboral de la mujer y su independencia económica menguan la persistencia en el
maltrato contra las mujeres que han sido alguna vez víctimas de violencia.
Ribero y Sánchez (2004), a partir de una encuesta realizada en el año 2003 en Bogotá,
Barranquilla y Barrancabermeja, identicaron que entre los determinantes de la
probabilidad de existencia de violencia leve contra las mujeres se encuentran el grado
de hacinamiento en los hogares y haber sido víctima de maltrato de forma previa.
Asimismo, la probabilidad de ser víctima de violencia severa aumenta si el compañe-
ro consume alcohol hasta la embriaguez o tiene un comportamiento violento fuera
del hogar, y si la mujer fue víctima de violencia en su hogar materno
1
. Sandoval y
Otálora (2017) hallaron, con base en datos de la Encuesta de Convivencia y Seguridad
Ciudadana (ECSC), que los ingresos del hogar, la presencia de hijos, el tiempo de
duración de la relación, los años de escolaridad y la edad de la mujer inciden en la
probabilidad de reducir la violencia contra la mujer por parte de su pareja o expareja.
Ahora bien, Ribero y Sánchez (2004) demuestran que la violencia doméstica, adicio-
nal de los impactos físicos y psicológicos, produce graves afectaciones económicas.
Así, si una mujer ha sido víctima de violencia física leve sus ingresos mensuales
1 Es importante precisar que, en el Protocolo de valoración del riesgo de violencia mortal contra mujeres por parte de su pareja o ex-
pareja, publicado por el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses (2014), se desarrolla un apartado que lleva por título
Escalas de valoración del riesgo de la violencia contra la mujer en la pareja – VCMP –. En el documento se explica que dichas escalas
de predicción son un apoyo para la toma de decisiones sobre el nivel del riesgo de una mujer frente a la violencia de pareja. Se aclara
que las escalas no sustituyen la valoración del riesgo que hacen ellas mismas del peligro que viven. La literatura existente (Institute of
Health Economics, 2008) muestra que resulta más conveniente utilizar las escalas que dejar la evaluación del riesgo al azar o únicamen-
te a la discreción profesional de quien realiza la valoración clínica. Dentro de los instrumentos que se enuncian - Danger Assessment
Tool (DA) - para evaluar el riesgo de muerte (Campbell, 1985); Spouse Assault Risk Assessment (SARA) para valorar el riesgo de nuevos
ataques sobre la pareja (Kroppet al., 1995); y Kingston Screening Instrument for DV (K-SID) para valorar el riesgo de reincidencia de de-
lincuentes penados por violencia doméstica (Gelles, 1998) -, se menciona que la evaluación del riesgo busca estimar la probabilidad de
una conducta violenta contra las mujeres por parte de su pareja o expareja; además, se establece que en el desarrollo cientíco de las
escalas se pueden identicar tensiones, la primera de ellas es la valoración del riesgo y sus niveles de violencia, la segunda, la duración
en tiempo de la predicción del riesgo y la tercera, la situación de falsas alarmas o falsos negativos. Sobre la primera tensión, es que se
hace referencia a los niveles de violencia -leve, severa, fatal-, argumentando que la inquietud cientíca está centrada en la discusión de
si los instrumentos deben ser sensibles a cada nivel de medición o si un solo instrumento tendría la capacidad de aprehender el nivel
de riesgo para cada uno de estos niveles de la violencia (Medina y Echeverri, 2014, p. 21-24).